Desde que vi el primer festival de ballet unas navidades en el cole tuve claro que quería estar ahí. He crecido bailando, entre moños y puntas, y siempre me ha ayudado a desconectar y a organizarme con la vida escolar y social. No solo me gusta lo que se ve en el escenario me llena el maquillaje, el vestuario, la concentración y la piña que se crea dentro de bambalinas y del estudio. Es muy gratificante ver a niñas tan pequeñas capaces de desarrollar su creatividad mediante el ballet, poder ayudarlas a ello es un gusto. Además de poder transmitirlas el amor por la danza, y acompañarlas en su crecimiento personal.